En este libro, fruto de un acuerdo suscrito entre el autor y el Museo del Louvre (París), Umberto Eco desnuda la necesidad --tanto cultural como antropológica-- del ser humano de elaborar listas y, en definitiva, el afán por clasificarlo todo. No en vano, poner nombre a algo o a alguien hace que el humano se sienta más identificado e incluso propitario del hecho, del objeto, del lugar o de la persona bautizada.
El concepto de lista ha evolucionado a lo largo de la historia, desde el orden que se seguía en los ritos funerarios de la prehistoria hasta la creación de listados y clasificaciones analógicas, o de códigos informáticos; en todo ello hay un origen cultural a la vez que es un acto instintivo, natural.
En una reciente entrevista difundida por el periódico alemán Der Spiegel, el periodista planteó:
“Usted está considerado como uno de los grandes acádemicos mundiales y ahora está con una exposición en el Museo del Louvre, uno de los más importantes del mundo. El tema de su exposición resuena a lugar común: la naturaleza esencial de las listas, poetas que listan cosas en sus obras y pintores que acumulan cosas en sus pinturas. ¿Por qué escogió ese tema?”
A lo que Umberto Eco contestó:
“La lista está en el origen de la cultura. Es parte de la historia del arte y de la literatura. ¿Para qué queremos la cultura?: Para hacer más comprensible el infinito. También se quiere crear un orden, no siempre, pero a menudo. ¿Y cómo, en tanto seres humanos, nos enfrentamos a lo infinito?, ¿cómo se puede intentar comprender lo incomprensible? A través de las listas, a través de catálogos, a través de colecciones en los museos y a través de enciclopedias y diccionarios. Hay cierto encanto en enumerar con cuántas mujeres se acostó Don Giovanni: fueron 2.063, al menos según el libretista de Mozart, Lorenzo da Ponte. También tenemos listas prácticas: la lista de la compra, el testamento, el menú... que son asimismo adquisiciones culturales por propio derecho”.
Edita LUMEN
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