En el año 476 dC Rómulo Augústulo (también apellidado Augusto por algunos historiadores), conocido como el último emperador romano [ver nota], fue depuesto sin necesidad de sangre por Odoacro, líder guerrero de origen huno y jefe de la tribu germánica de los hérulos.
Pero Odoacro no sustituyó a Rómulo Augusto, sino que --sabedor de que podía enfrentarse a un poder militar realmente temible-- optó por ceder nominalmente el cargo al emperador romano de Oriente, Zenón de Constantinopla, que aceptó el relevo en la corte romana, bendijo al invasor hérulo y gobernó con el título de dux (versión monarquizante del rango de patricio) en las riberas del Mediterráneo occidental --motivo por el que el autor del libro subtitula su obra El ocaso de Occidente.
La caída del corazón del histórico Imperio Romano constituyó un hito y supuso el fin definitivo del poder político de una civilización que se había prolongado durante cinco siglos. Fue una muerte anunciada por la larga decadencia que se inició con Marco Aurelio, tres siglos antes, cuando Roma era la mayor potencia del mundo entonces conocido.
Adrian Goldsworthy, especializado en historia militar de la Europa antigua, utiliza fuentes originales y las últimas investigaciones arqueológicas para elaborar un relato estremecedor --aunque simplista en ciertos aspectos-- de la caída física del Imperio Romano de Occidente, suceso que fue rápido y casi indoloro pero que era el fruto de trescientos años de desidia política y también del cisma que un siglo antes había dividido en dos el Estado que levantaron los herederos de la civilización etrusca, en el centro de la actual Italia.
En las páginas de Goldsworthy cobran vida personajes fascinantes como Caracalla, Constantino, Teodosio, Alarico y Atila, que comparten protagonismo en oscuras conjuras, sangrientas batallas, sorprendentes romances y un sinfín de acontecimientos grandes y pequeños. Este libro ayuda a entender porqué y cómo desapareció la superpotencia latina.
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NOTA: En realidad, Rómulo Augústulo no era el emperador ni ejercía como tal, sino que era el títere de su padre, Orestes, que era quien hacía y deshacía en la sombra tras haber dado lo que hoy sería calificado como un golpe de Estado y derrocar a quien era oficialmente el emperador, Flavio Julio Nepote, al que sustituyó por su hijo Rómulo, individuo inmaduro, petimetre vocacional, carente de criterio y que se dedicaba sin recato al hedonismo.
La sustitución de Julio Nepote, perpetrada en el 474, constituyó el final institucional del Imperio Romano de Occidente; que en todo caso ya era un cadáver pues su existencia dependía del respaldo del Imperio Romano de Oriente, más estable y poderoso y que, de hecho, era el que con su apoyo militar mantenía viva una Roma tan débil social y económicamente que cuando Odoacro entró en la ciudad hacía medio siglo que ni siquiera controlaba sus principales provincias (las dos ibéricas, la franca y la cirenaica, en el norte de África).
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