Los girasoles ciegos es un éxito posmortem. La primera edición del relato de Alberto Méndez data de enero de 2004 y el autor --que entonces sumaba 63 años-- murió once meses después, antes de que su trabajo se convirtiera en un éxito literario y también sentimental.
Pese a las excelentes críticas que mereció, el libro apenas se vendía. Varios --aunque pocos-- entendidos recomendaron la lectura de Los girasoles ciegos, pero fue inútil. Una vez más, quedó probada la escasa audiencia de los críticos y, por el contrario, al paso de dos años también quedó probado el extraordinario poder del boca a boca. Las ventas empezaron a aumentar, poco a poco y a medida que quienes leían el libro se lo recomendaban o regalaban a sus parientes o amigos.
A fecha de hoy, la editorial ya ha distribuido ocho ediciones, en torno a 28.000 ejemplares, según precisó recientemente Anagrama. Antes de fallecer Méndez, el libro obtuvo el Premio Setenil de Relatos y, tras su muerte, el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa. Méndez ha logrado lo que pocos: el favor de los lectores. El origen de su éxito es similar, aunque de menor cuantía, al de Ruiz Zafón.
Alberto Méndez Borra (Roma, 1941) era hijo del poeta y traductor José Méndez Herrera, que cuando nació su hijo era funcionario de Naciones Unidas (de la FAO, el organismo dedicado a la alimentación). Méndez padre trabajó como traductor para la editorial Aguilar, incluso obtuvo el Premio Nacional de Traducción en 1962, e inculcó en su hijo dos cosas: el amor por la literatura y una actitud sinceramente democrática y antifranquista.
Los girasoles ciegos refleja esencias de una sociedad que, pese todo, aún hoy sigue pagando las rémoras éticas, sociales y económicas de la guerra incivil provocada por el golpe de Estado de 1936, motivo por el que leer el relato de Méndez ayuda a conocer un poco mejor cómo es España y sus ciudadanos.
Edita ANAGRAMA
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