Los idiomas son, en esencia, una herramienta de comunicación, pero también constituyen uno de los elementos básicos de la identidad cultural de los pueblos (aunque en este punto y en ciertos casos se podría sustituir el vocablo pueblos por el de etnias o el más europeo naciones).
Por añadidura, las lenguas han sido y son un instrumento de dominio o de poder, también en lo económico.
Las distintas lenguas que se hablan y escriben en España (o en las Españas) han protagonizado y protagonizan cíclicos episodios de orden exclusivamente político; fenómeno este que ha sido especialmente influyente --para bien y para mal-- durante el siglo XX y que, por desgracia para la cultura, no parece tener visos de remitir.
Este trabajo de José Carlos Herreras, tras presentar el pasado de las lenguas peninsulares, describe la trayectoria de las políticas pretendidamente normalizadoras --que casi siempre son más voluntaristas o políticas que científicas-- llevadas a cabo por los gobiernos de los territorios que tras el uniformismo del franquismo cabe calificar de bilingües, pues el castellano fue impuesto o consolidado con fines claramente políticos.
El trabajo ahonda, aunque sin caer en la pretensión de ser definitivo, en las características y consecuencias que esos esfuerzos normalizadores han tenido y tienen en la sociedad, en las instituciones, en la actividad económica, en los medios de comunicación y en el sistema educativo, y concluye haciendo un balance sobre la normalización lingüística en España.
Los numerosos datos y estadísticas que aporta este trabajo permiten constatar las dificultades que supone lograr que las lenguas sean respetadas y, precisamente por ello, lo difícil que sigue siendo conseguir un bilingüismo operativo que sea culturalmente positivo a la hora de conservar todos los bienes y ventajas que sustentan los idiomas, todos, sin excepciones.
En paralelo, el trabajo de Herreras apunta que el monolingüismo, aparte de cuestionable políticamente, es culturalmente destructivo. Según el autor, las políticas de enseñanza deberían favorecer un equilibrio armonioso entre las lenguas españolas, lo que permitiría conciliar, por un lado, el deseo de salvaguardar patrimonios culturales y, por otra banda, respetar los intereses y las posiciones u opciones ideológicas de índole personal.
Edita GREDOS
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