Carmen Posadas (autora de Deseos de mujer, Pequeñas infamias y Nada es lo que parece, entre otras narraciones) se embarcó en una aventura literario-histórica de enjundia de la que ha salido muy bien librada: recrear la vida de Teresa Cabarrús, la madrileña que vivió en primera persona la Revolución Francesa.
Se trata de un personaje que bien podría haber sido protagonista de un folletín romántico --aparte de que fue y todavía hoy es pasto de todo tipo de invenciones--. Teresa Cabarrús nació en el verano de 1773 en Carabanchel (Madrid) y falleció en el invierno de 1835 en el castillo de Chimay (Hainaut, Bélgica). Era hija del conde Francisco Cabarrús --ministro de Finanzas de Carlos III--, que en 1785 la envió a estudiar a Francia para que se convirtiera en una dama exquisita pues su destino, dinero aparte, estaba escrito y debía desposar con un miembro de la aristocracia española. Pero tres años después, Teresa rompió parcialmente los planes de su progenitor pues se casó con un noble, en efecto, pero francés, el marqués Jean-Jacques-Devin de Fontenay.
Paradójicamente, la joven Cabarrús se unió a los revolucionarios que acabarían con el Antiguo Régimen y con el poder de la nobleza francesa, lo cual, unido a otros motivos menos políticos, provocó que el matrimonio acabara en divorcio.
Teresa sufrió cárcel, fue liberada, reingresó en prisión y fue condenada a muerte, a todo esto cambió de modo de pensar, de bando y de amigos varias veces, pero se libró de la pena capital gracias a un dirigente revolucionario que se enamoró de ella --se casaron, pero ella hizo su vida como si fuera soltera--. Teresa intimó con gentes poderosas, influyó en decisiones capitales del Directorio (gobierno), fue la amante de un general y después de un banquero con el que asentó temporalmente la cabeza y tuvo descendencia.
Pero ya con Napoleón en el trono imperial, la madrileña fue expulsada de la elite social parisina porque su conducta era excesivamente liberal. En 1805, ya divorciada de quien años antes la había salvado de morir, se casó con el conde de Caraman --luego príncipe de Chimay--, con el que tuvo varios hijos y en cuyo castillo murió a los 61 años de edad.
Posadas reconstruye la azarosa trayectoria de la apodada Notre-dame de Thermidor con mal disimulada aunque justificable admiración. En todo caso, la prosa limpia y la sensibilidad de la autora, unidos a las excelentes descripciones de los personajes y escenarios, logran que el libro se lea con placer e interés creciente.
Edita ESPASA-CALPE
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