Tras los éxitos de Los hombres que no amaban a las mujeres y La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, ya está en las librerías la entrega que faltaba de la trilogía Millennium: La reina en el palacio de las corrientes de aire.
En su tercera novela, Stieg Larsson combina con singular habilidad las características propias de un relato de intriga con las de una novela de espías, además de ofrecer una reflexión sobre la ética (o la ausencia de ella) de la política. El texto, pues, entretiene pero también obliga a pensar.
En La reina en el palacio de las corrientes de aire, el protagonista de Millennium, Mikael Blomkvist, se enfrenta al terrorismo de Estado que desencadena la decisión de los servicios de información suecos de contratar a antiguos miembros del KGB soviético, a los que encarga la vigilancia de varios políticos y sindicalistas. La medida acaba teniendo consecuencias pavorosas, pues el Estado acaba convirtiéndose en cómplice de crímenes y desapariciones que burlan la esencia de los derechos constitucionales. La Sección, que así se llama ese grupo de agentes sin escrúpulos, trabaja en colaboración con un tal Zalanchenko, desertor del KGB y padre de… En fin, mejor no revelar la trama...
El caso es que Blomkvist descubre la existencia de una persona muy cercana y, a pesar de las extraordinarias relaciones nacidas al hilo de la investigación, intenta llevar a juicio a los espías que han recurrido al crimen. En paralelo a los avatares de los protagonistas, Larsson utiliza el relato para desenmascarar las miserias que hay debajo de la alfombra del modélico estado de bienestar sueco, que es la imagen más atractiva del sistema que impera en Occidente.
Edita DESTINO
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