Las minas del rey Salomón forman parte de la cultura popular europea desde hace más de un siglo, no tanto por la Biblia y el mítico monarca judío, como por la novela de aventuras que escribió el inglés Henri Rider Haggard, publicada en 1885, en la que relata las peripecias de un grupo de exploradores que viajan a África en busca de un inglés perdido en el corazón del África negra.
La obra alcanzó inusitada difusión en su época --todavía hoy es una obra que goza de tirón comercical-- porque era la primera vez que una ficción literaria situaba la trama en el entonces desconocido continente negro. Las minas del rey Salomón de Rider Haggard está considerada la primera novela sobre mundos perdidos.
La autentica historia de Las minas del rey Salomón, de Carlos Roca, es un intento de sistematizar los conocimientos, los datos objetivos y también las leyendas de las que se dispone y circulan de boca en boca sobre las famosas minas pero, por encima de todo, este libro es una exposición de algunos de los hechos que protagonizaron los servidores del Imperio británico y de los consorcios ingleses que financiaron decenas de exploraciones en África durante el siglo XIX con el objetivo de hallar riquezas naturales.
En esa línea, el libro de Roca se refiere, concretamente, al territorio de los matabele (en el actual Zimbabue), donde según las escasas noticias de que se disponía en la Europa del siglo XIX existían abundantes reservas de oro y piedras preciosas. En el caso concreto del país de los matabele y en el conjunto de la historia de la colonización de África, uno de los personajes más representativos del afán británico por buscar y apropiarse de riquezas fue Cecil Rhodes (fundador de la desaparecida Rodesia, que abarcaba los actuales territorios de Zambia y Zimbabue), que también estaba convencido de que las tierras de los matabele escondían las míticas minas del tercer rey del antiguo Israel.
Hipótesis versus pruebas arqueológicas
No obstante, la hipótesis de que las minas del rey Salomón estuvieran ubicadas prácticamente en el cono sur de África es remota, por no decir descartable, entre otras razones por motivos logísticos. Además, recientes investigaciones indican que las minas del legendario rey judío eran de cobre, no de oro ni de piedras preciosas, y que estaban en la actual Jordania; lo que de entrada es más razonable que situarlas en un territorio situado a más de 10.000 kilómetros del antiguo reino de los judíos.
No obstante, la hipótesis de que las minas del rey Salomón estuvieran ubicadas prácticamente en el cono sur de África es remota, por no decir descartable, entre otras razones por motivos logísticos. Además, recientes investigaciones indican que las minas del legendario rey judío eran de cobre, no de oro ni de piedras preciosas, y que estaban en la actual Jordania; lo que de entrada es más razonable que situarlas en un territorio situado a más de 10.000 kilómetros del antiguo reino de los judíos.
El equipo de arqueólogos que en el año 2006 identificó una abandonada y olvidada exlotación minera jordana como el más que probable origen de parte de las riquezas del rey Salomón estaba dirigido por Thomas Levy, catedrático de la Universidad de California (EE UU) y por Mohammad Najar, investigador adscrito a la organización Amigos de la Arqueología de Jordania.
El equipo de arqueólogos encontró en Khirbat en-Nahas (distrito jordano de Faynan) pruebas de que hace entre 3.000 y 5.000 años allí se extraía mineral y funcionaba una fundición de cobre, metal que en aquella época y en siglos posteriores tenía un muy elevado valor pues se utilizaba, amén de para fabricar herramientas y armas, para acuñar moneda. Es más, las minas de Faynan ya habrían sido explotadas por los egipcios, pues entre los hallazgos del equipo Levy-Najar figuran un escarabajo y un amuleto de inequívoco origen egipcio.
En todo caso, el libro de Carlos Roca merece lectura porque --además de dar ubicación racional a las minas a las que se refería Rider Haggard en su famosa novela del siglo XIX-- narra el enfrentamiento entre la codiciosa clase dirigente de Gran Bretaña y un pueblo, el de los matabele, que ilustra el comportamiento del imperialismo, lo que ayuda a comprender los avatares vividos en la geografía que hoy ocupan los Estados de Malawi, Zimbabwe, Zambia y Sudáfrica, entre otros.
En todo caso, el libro de Carlos Roca merece lectura porque --además de dar ubicación racional a las minas a las que se refería Rider Haggard en su famosa novela del siglo XIX-- narra el enfrentamiento entre la codiciosa clase dirigente de Gran Bretaña y un pueblo, el de los matabele, que ilustra el comportamiento del imperialismo, lo que ayuda a comprender los avatares vividos en la geografía que hoy ocupan los Estados de Malawi, Zimbabwe, Zambia y Sudáfrica, entre otros.
Edita NOWTILUS
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