Portada de la edición inglesa
La recesión económica de la década de 1930, iniciada en 1929 con el crac de la bolsa de Nueva York, al que siguió la llamada Gran Depresión, constituyó un fenómeno demoledor en todos los sentidos, pues empezó en el ámbito de la economía y acabó generando las condiciones sociales para que en Europa triunfaran los mesianismos nazi y fascistas que desembocaron en la segunda guerra mundial.
Hoy, que tan de moda se han puesto los libros y conferencias que analizan --con mayor o menor fortuna y acierto-- los orígenes de la actual recesión, es oportuno echar la vista atrás y conocer cómo empezó la Gran Depresión, quiénes desencadenaron el caos bursátil que la precedió y, a la postre, comprobar que en la cúpula del sistema económico sigue existiendo una minoría (empezando por los especuladores) a la que nada importa con tal de acumular dinero y poder.
Ningún país quedó al margen de la Gran Depresión, que fue especialmente profunda en los países industrializados y en sus satélites.
"El dinero sin medida forma los nervios de la guerra", dijo Cicerón, y en cierto modo esa sentencia quedó probada en los años treinta y probablemente sea confirmada con la crisis provocada por las basuras financieras que crearon los especuladores durante el período 1990-2006, que han acabado provocando la debacle actual.
Los años veinte del siglo pasado, al igual que ha ocurrido durante la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI, los bancos centrales abusaron de su excepcional poder al tiempo que permitían e incluso bendecían la multiplicación artificial de capitales. En 1929, tal era la acumualción de dinero detrás de valores escasamente sustentados, que Wall Street acabó reventando.
Este libro está protagonizado por quienes en la etapa previa al crac de 1929 regían el banco central de Gran Bretaña, Montagu Norman, individuo oscuro y solitario; la Banque de France, Émile Moreau, que alardeaba de su xenofobia; el Reichbank alemán, dirigido por el inteligente pero elitista y autoritario Hjalmar Schacht; y la Reserva Federal de EE UU, al frente de la cual estaba Benjamin Strong, persona débil de carácter y altamente influenciable que, para colmo, se puso al servicio de las grandes fortunas --sin olvidar que la Reserva Federal era y es una entidad en la que osentan mayoría de acciones los grandes bancos privados de Estados Unidos.
Los jefes de los cuatro bancos centrales de Occidente constituyen el mejor ejemplo de cómo no se debe gestionar el sistema financiero. El libro de Liaquat Ahamed no sólo es oportuno, sino tambien esclarecedor.
Edita DEUSTO
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