Cuando tenía 9 años de edad, su
familia se trasladó a Cuevas de Almanzora (Almería) debido a que su
padre, que era funcionario público, fue nombrado contador y tesorero de la demarcación
judicial de Vera (Granada). Allí fue
donde Domènec, todavía adolescente, empezó a interesarse por la cultura del islam,
influido por la elevada de presencia de moriscos en la zona, descendientes de
los musulmanes que permanecieron en territorios del antiguo reino de Granada
pese a las órdenes de expulsión dictadas en varias ocasiones, la primera vez
por los Reyes Católicos.
En 1792, Domènec Badía se mudó
a Córdoba porque, habiendo ingresado ya en la
Administración, fue destinado a la ciudad de la histórica mezquita como administrador
de rentas de tabaco. En Córdoba estudió árabe y su espíritu aventurero le llevó
a interesarse por la aerostática, por lo que invirtió en el incipiente negocio
de los globos, pero se arruinó. Entonces decidió pedir el traslado y mudarse a
Madrid para probar fortuna.
En 1803, por encargo de Manuel
Godoy, a la sazón primer ministro de Carlos IV, Badía --que hablaba árabe
con notable corrección-- adoptó la identidad de un supuesto príncipe árabe
descendiente de la familia española de los Abasíes para viajar a Marruecos a fin de recabar
datos sobre la situación social, económica y política. Su misión se prolongó y amplió, lo que le llevó
a viajar a Argelia, Libia, Egipto, Arabia, Siria y Turquía.
En 1808, de regreso en España y
por indicación del ya destronado Carlos IV, Badía fue a París a ofrecer sus
servicios a Napoleón Bonaparte, que le proporcionó una carta de
recomendación para que se presentara ante su hermano José I, el nuevo rey de España; pero este, en
lugar de encomendarle otra misión a países musulmanes, le nombró alcalde de
Córdoba (1810), donde Badía --siempre innovador y proactivo-- introdujo el
cultivo del algodón y la remolacha.
Su primer libro de viajes, publicado
en 1816, obtuvo amplia difusión en toda Europa, editándose en alemán, francés e
inglés.
En 1818, Badía fue tentado
por el Gobierno francés para realizar un viaje a fin de recabar datos en el
Próximo Oriente. Badía aceptó, volvió a cambiar de nombre, adoptando el de Alí Abu Otmán y partió desde París rumbo a Damasco. Pero el espía de Francia fue
descubierto por agentes británicos y el pachá damasquino, por indicación de los
representantes de la Corona inglesa, invitó a Abu Otmán a charlar y tomar
café. Badía murió envenenado a los 51 años de edad, al servicio de Francia y disfrutando
de su pasión: aquilatar conocimientos, conocer mundos y viajar.
Edita B
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