Bajo el título La librería es un buen lugar de resistencia, Silvina Friera ha escrito en el rotativo bonaerense Página12 lo siguiente:
"Los paisajes se camuflan o se reciclan y a veces engañan con su velo de novedad. La figura del librero-editor se consolidó entre los años 20 y 40. Manuel Gleizer, que se vanagloriaba de haber editado 20.000 ejemplares en seis años (1922-1928), afirmaba que al público hay que buscarlo, no esperar buenamente que concurra a las librerías. Mucha agua corrió por el río de la historia y del mundo del libro, y esa tradición anfibia, más que perderse, quedó relegada a un rincón de la memoria. La cartografía del mercado crujió por la crisis de 2001, pero la devaluación del peso, que parecía que arrasaría con todo, reveló su lado inesperado. Los libros del exterior se encarecieron tanto que se volvieron un lujo imposible; los costos de la edición local, sin poder afirmar que se abarataron sustancialmente, perdieron su condición prohibitiva. Se fue creando una atmósfera favorable en torno de las posibilidades del libro en Argentina. Lo confirman, en parte, los emprendimientos libreros editoriales que surgieron desde 2005 por el barrio de Palermo: La Internacional Argentina, imbricada con la editorial Mansalva, de Francisco Garamona; Crack-Up, de Néstor Pascuzzi, y Eterna Cadencia, de Pablo Braun."
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