Febrero del 2007 pasará a la historia del oficio de librero como un mes negro. Al reciente cierre de la librería Colón de A Coruña, fundada en 1927, se suma el adiós de la librería Cervantes de Vigo, que abrió sus puertas en 1936.
El establecimiento decano de las Rías Baixas no ha podido superar las crecientes dificultades que afronta el sector. A la feroz competencia de las grandes superficies, hay que sumar el auge de la cultura audiovisual --aunque en algunos aspectos sería más apropiado hablar de incultura audiovisual y de comodidad--, con el consiguiente descenso de los índices de lectura.
Por si fuera poco, la reciente decisión de la Xunta de proporcionar gratuitamente los libros de texto --medida esta que socialmente sería injustificable criticar sin matices-- ha sido la puntilla para aquellos locales que necesitaban de estos ingresos para cuadrar sus cuentas de explotación. Sea como fuere, el cierre de una librería, máxime cuando atesora el historial de la viguesa Cervantes, es un grave revés para el sector y, sobre todo, para la sociedad y la promoción de la cultura.
Tras los cierres de Colón y Cervantes, sólo quedan seis librerías gallegas con más de 40 años de antigüedad: Balmes (Lugo), abierta en 1887; González (Santiago), 1929; Molist (A Coruña), 1950; Central (Ferrol), 1950; Padre Feijoo (Ourense), 1955; y Casa das Letras (Ribadeo), 1963; a las que el próximo año se sumará Paz (Pontevedra), abierta en 1968.
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Pero cada mes abre un hipermercado nuevo. ¡País! Mejor dicho: Impaís, como dice Carreiro.
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